lunes, 11 de mayo de 2009

Vergüenza te tendría que dar...

No tienes nada por lo que preocuparte. Tus temores son infundidos. ¿Por qué habría de preocuparte? No hay razones para ello... Porque no las hay, ¿verdad?

Pues claro que no las hay. Pero a veces, nuestra mente, a pesar de las evidencias, se niega a dejar de expedir pensamientos como chorros de agua caliente, que aturullan y conducen a conclusiones estúpidas.

Y una de esas poco lúcidas conclusiones es la que me ronda la cabeza de vez en cuando en referencia a una persona concreta. ¿De qué conozco a dicha persona? De muy poco. ¿Me ha hecho algo esa pobre muchacha? En absoluto. Entonces, ¿por qué me entran unas irremediables ganas de aborrecerla? Por las conclusiones estúpidas anteriormente mencionadas.

Pocas veces odié a alguien, y hace ya cierto tiempo que decidí no hacerlo. Es de seres con mal corazón, frustrados y asqueados. No merece la pena. El odio no lleva a nada, sólo a acrecentar los malos sentimientos dentro de ti. A mí, personalmente, me hace sentir una sabandija. Por eso no odio..., aunque haya veces que experimente esa irremediable deseo.

Lo peor es que el anhelo de odiar nace hacia un ser humano que no lo merece. Si acaso tuviese unas irrefrenables ganas de aborrecer a una persona verdaderamente repugnante, tendría su lógica. Sin embargo, esta persona no es repugnante; de hecho, parece dulce, amable y, en términos generales, buena. Una chica de buen corazón.

Esto aumenta las probabilidades de que me vuelva injusta, injusta por tender a odiar a quien no se lo ha ganado. Es por esto por lo que suelo pensar que se trata de envidia. Tengo envidia de su buen corazón. De sus virtudes y talentos. De que le conociera antes que yo. De que, en su día, les unieran fuertes lazos. De que, en el fondo, llegara antes que yo en esa especie de carrera.

Evidentemente, esa envidia carece de lógica aparente, porque eso se acabó. Ni ella ni él albergan ninguna esperanza por volver al pasado, siquiera interés. También evidentemente, esa envidia no es nada sana. Es un amago de odio, una hiriente sensación en vías de desarrollo.

Y yo sólo pido que el desarrollo se frene y que la sensación se extinga..., porque él tampoco lo merece.

Malditos celos.

Escuchando... Chump, de Green Day.



La canción que me acompaña siempre en este tipo de momentos.

5 comentarios:

penelope dijo...

cuanta razon tienes...no se puede odiar a alguien que sabes que no lo merece

Nena dijo...

aunque no quieras odiarla, y no tiene porque hacerlo, ese tipo de sentimientos tampoco son de lo más ilogicos, a todo el mundo le pasa antes o despues en algun momento de su vida, y no te hace peor persona. Lo que cuenta es que, si sabiendo que la muchacha no se merece nada malo, eres capaz de hacerla daño o no. Si no lo haces, no habras cruzado la línea que te separa de ser o no una mala persona.

Marta González Coloma dijo...

Sí, tienes mucha razón, Idoia. Eso es lo que pretendo.

Gracias a ambas por comentar.

Álex Garaizar dijo...

Estoy de acuerdo con Idoia, me parece más natural estar celosa que fingir no estarlo. Siempre que se mantenga dentro de los límites de lo razonable, es algo "sano", por así decirlo.

Dani dijo...

Vaya, Marta es humana. Tranquila, nadie quiere odiar, quiero creer que la gente no lo tiene por deseo. Pero yo creo que es algo intrínseco a las personas, no sé. La verdad, nunca me había planteado que odiar nos haga peores personas. Quizá sólo sea una manera de sacar algo que llevas dentro, una vía de escape, aunque en ocasiones el objetivo sobre el que recaen no sea el que más se lo ha ganado. Si a esto le añades materias amoroso-celosas, el resultado es irremediable. Creo yo.

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