viernes, 8 de mayo de 2009

Las dos caras de la moneda

Hoy he visto la sonrisa más triste del mundo.

Se perfilaba tímida, en unos labios dudosos. Parecía resistirse a salir, pero no lo lograba, pues las circunstancias la requerían. No obstante, al esbozarse, nerviosa, se adivinaba en ella un halo de desesperanza, una cierta desgana que la convertía en algo carente de la simpatía de una sonrisa corriente. La alegría se tornaba en melancolía. Una nostalgia con una fachada risueña..., pero nostalgia, al fin y al cabo.

A veces, no todo es negro ni blanco. En muchas ocasiones, predomina un cierto tono gris en los acontecimientos con los que te vas cruzando, poco a poco. Y, en cierto modo, esto es bueno. Porque todo lo malo tiene su parte positiva, ¿no nos lo dicen nuestras madres y abuelas para consolarnos? Será que es verdad...

Esa triste sonrisa me ha hecho recordar varias cosas. Me ha llevado, de sopetón, a entender la más grande de las pequeñeces. Me ha hecho caer en la cuenta, en definitiva, de lo afortunada que soy.

Qué curioso. Toda la semana quejándome del estrés rutinario, de las discusiones banales y de tener que memorizar decenas de nombres de generales, fechas y sucesos históricos para que, librada la batalla del examen y deseando un poco de descanso, de golpe y porrazo me cruce con esa sonrisa. Una sonrisa que ha hecho que no importase ni el estrés, ni las discusiones, ni el estudio. Una sonrisa que ha cambiado, por un momento, todo, y me ha impulsado a ver lo que verdaderamente importa.

Estoy completamente segura de que a cualquier persona le ha sucedido, alguna vez, algo semejante. Y es que la desgracia de otros, esa desgracia que nos infunde tanta pena y conmoción, especialmente si esos otros son gente cercana, nos provoca, de alguna manera, alegría. Alegría por saber que nuestra fortuna es inmensa.

Es reconfortante saber que esto es una buena señal. Señal de que las cosas no van tan mal como uno piensa cuando está inmerso en las prisas, en la rutina, en lo habitual. Que no os apene sentir una alegría conmocionada frente a una sonrisa triste.

Tal como prometí, en este día de dobles caras, he aquí algunas pequeñas cosas que me encantan...

Me gusta...

... escuchar cómo la lluvia repiquetea fuera, arropada en la cama.
... planear algo para que luego salga al revés, y mejor de lo que esperaba.
... llegar cansada un sábado noche y arrojar los zapatos en el ascensor.
... reírme absurdamente hasta que me duela el estómago.
... morderme las uñas (lo sé, es un vicio)

Pero sobre todo me encanta que atravieses mi mirada, en el momento más inesperado, con esos preciosos ojos color chocolate.

Reflexionando...

No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.
Oscar Wilde

6 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces una se siente insensible en esas situaciones. Pero no se trata de alegrarse del mal ajeno, sino de apreciar lo que tenemos ;)
Me encanta el nuevo enfoque del blog (y también la página)

Laura

Tamara dijo...

Querida Marta, he de decirte que hagas el favor de no escribir tanto porque cada día te superas. Por cierto ¿de quién es esa sonrisa?. muy bonito tu blog. seguiré leyéndolo en cuanto me sepa otro temita.jajaja

Vicky dijo...

Paradójico, pero cierto. A veces, un atisbo de tristeza (ajena, por supuesto), puede hacernos sentir más felices.

¿Tan egoístas somos?

Álex Garaizar dijo...

Esto me recuerda a tu "ojalá pregunte cosas concretas, para que suspendas".

Hay que ser mezquina :__(

Marta González Coloma dijo...

Jo, Álex, eso ha sido cruel (sólo fue una broma) :(

Anónimo dijo...

A mí me pasó eso hace poquito. Fue un día que me encontré con un señor ciego en el metro, que estaba bastante desorientado. Admito que hice de espectadora, y vi cómo otros le ayudaban a meterse por donde tenía que meterse y llevarle a la taquilla. El asunto me hizo pensar bastante todo el trayecto,y es que, por lo menos yo sí puedo ver lo bonito que es el mundo...
Arantza

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