martes, 28 de abril de 2009

Paraíso perdido

Quizá lo que me pasa es que no entiendo muy bien esta transición.

Hace unos años, mis andamios tambaleaban. Llegado el culmen de los 18 (esos soñados 18 que, en el fondo, no son tan idílicos como muchos creen, aunque con su lado bueno, claro) , se han ido estableciendo con más nitidez. Pero eso es lo que menos me preocupa. Lo que en verdad hace que mis pensamientos se arremolinen es esa pérdida; la pérdida de algo tan valioso como el espíritu adolescente.

En el fondo, sé que esa actitud quinceañera todavía sigue en mí. De hecho, es probable que siempre queden resquicios de ella, porque mi propio carácter reviste actitudes de ese tipo: cambios de humor por naturaleza, demasiada sensibilidad ante emociones fuertes...

Pero, ¿acaso estoy perdiendo parte de mí dejando que ese espíritu se evapore? ¿Estoy dejando que el cemento de mis andamios reseque, que deje de ser él mismo? En definitiva, ¿la madurez de las estructuras puede dar paso, peligrosamente, a una pérdida de mi esencia?

Quizá lo que me pasa es que tengo miedo.

Un terrible miedo. Miedo a dejar de ser yo. Marta, la que adora hacer el payaso, reírse con chistes absurdos y bromear sin tregua. La que deambula por mundos posibles (o no tanto) y sueña despierta a todas horas. La romanticona empedernida, que a veces repugna de empalagosa. La que necesita llorar como una niña, y acaba haciéndolo sin pudor. Marta, a la que le gusta la auténtica rebeldía melódica de Green Day.

Quizá lo que me pasa es que no quiero perder todo eso.

Pero todo edificio necesita su restructuración. Los obreros han de ser realistas y velar por que se mantenga en pie. No puede estar sustentado por columnas carcomidas; lo lógico es que sea sometido a una restauración para que no quede desfasado.

"Sé tú misma." Eso me dice mi Pepito Grillo particular. La cuestión no es la dificultad que puede radicar el ser tú misma. La complejidad procede de otro problema: la madurez. Preciosa palabra que implica, irremediablemente, un cambio del modo de ser de una persona. Una restauración en toda regla. Un término que implica responsabilidad, pensamiento un poco más racional que la locura adolescente. Y aunque mi edificio tenga vestigios de madurez, sé que le falta mucho camino por recorrer... Y a la arquitecta, a la creadora del proyecto, le aterra la idea de que éste pierda su esencia, lo que le hace bello, lo que le convierte en maravilloso con sus imperfecciones. Lo que hace, en definitiva, que se sienta bien con su trabajo. Ese punto de locura que le otorga más belleza si cabe.

Quizá lo que me pasa es que lo más simple hace que me percate de muchas cosas que no lo son tanto...

Me niego a que el segundo paraíso perdido no pueda ser recuperado en caso de pérdida.

Escuchando... She, de Green Day.



Are you locked up in a world that´s been planned out for you?

6 comentarios:

Dani dijo...

Prometo que estaba pensando en escribir algo acerca de todo esto. Y es que hace unas semanas que empecé a pensar: si madurar es perder la ilusión por las cosas que antes te emocionaban o te motivaban, a la mierda con la madurez. Fuera Pepito Grillo y que entre Peter Pan.

Marta González Coloma dijo...

Cómo me gusta que -casi- siempre empatices conmigo, Dani. Excepto en lo de la hierba recién cortada :D

Vicky dijo...

Cambiar... Al final la vida trata de eso, ¿no? Pero es importante aprender a cambiar sin, como dices tú, perder nuestra esencia...

Por cierto, me he tomado la libertad de dejar un link a tu blog en el mío :)

Marta González Coloma dijo...

Pues aprovecho para hacer yo lo mismo, gracias, Vicky :D

javixu dijo...

Cro que nunca deberíamos perder la adolescencia y mucho menos la niñez.
Yo creo, que cuanto más crecemos, más niños volvemos a ser... o al menos en eso sueño...
Un besito de recién llegado.

Anónimo dijo...

El cambio es inevitable... Todo depende de cómo lo sobrellevemos.
A algunos apenas les cuesta no romper los lazos con lo que se queda atrás... En cambio a otros les resulta imposible avanzar recordando al mismo tiempo que de vez en cuando hay que volver la mirada y asegurar ese delgado y corto hilo de la vida pasada...
Pero nunca nadie quiere olvidar absoloutamente todo para empezar la historia de cero. Siempre se conserva algo. Al menos se intenta.

Laura

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