lunes, 20 de abril de 2009

Esto sí es una práctica

Lo prometido es deuda: he aquí la versión a entregar del "máximo momento de felicidad" Felicidad, o al menos un poco de alegría, es lo que a todos nos vendría bien con esta fatídica vuelta de las vacaciones... :)

Lo dicho: os dejo la práctica, una imagen en palabras de esos buenísimos recuerdos...

Los suaves rayos de sol de aquella tarde cuasi nublada comenzaron a penetrar entre sus pestañas. Ella abrió los ojos, confundida, y le costó unos segundos hacerse la composición de lugar. Las imágenes, entremezcladas, habían atenazado su mente una tras otra. Rostros de amigos y familiares, lugares conocidos, escenas hogareñas. Al escanear de nuevo el mundo con sus pupilas, todo era diferente. Se hallaba en un autobús algo destartalado, invadida por una extraña sensación de calor y nerviosismo y rodeada por una veintena de desconocidos que no lo eran tanto. Recordaba sus miradas, sus voces, tras más de diez horas de interminable viaje.

Los supuestos desconocidos se agolpaban en torno a los ventanales del autobús, que ya se había detenido. Al otro lado del cristal, un heterogéneo grupo los observaba con atención: eran padres, madres, niños, abuelos. Una bomba de color y movimiento que escrutaba a cada adolescente que descendía los peldaños de la salida, así como a la joven que, lista en mano, iba dictando nombres y más nombres. Fue entonces cuando asimiló lo que estaba sucediendo. Ahora veía todo claro, inusitadamente diáfano.

La cadena de reacciones lógicas que se había producido en su mente desembocó en unos datos, datos que había memorizado con empeño; y en unas imágenes, imágenes que no podía olvidar, pues le iban a acompañar durante un mes. Evocó sus rostros de las fotografías a fin de reconocerlos entre la muchedumbre. Sintiéndose desamparada por un instante, buscó con desespero una melena pelirroja, un aparato dental, una cabecita castaña. Y acabó por encontrarlos.

Megan, Taylor y Mike. Eran tres; faltaba Darren. Pero le habría hecho igualmente feliz saber que tan sólo había uno aguardando su llegada. Ya no estaba sola. Ellos la esperaban, y no de cualquier manera. Portaban un inmenso cartel, nada discreto, que resaltaba entre el resto y le daba la bienvenida, en gruesas letras rojas sobre un fondo verde fosforito. Y eso no era lo que más acogida le hacía sentir, sino sus sonrisas, unas preciosas sonrisas que se dibujaban en los labios de ellas, casi de la misma altura. El pequeño observaba todo con atención, como aguardando la venida de un ser de otro planeta.

Cuando su nombre y apellidos reverberaron en el techo del autobús, ella, con el corazón a cien, tomó su abultada maleta como movida por un resorte. ¿Cómo debía saludarles? ¿Estaba bien que les besara o sería más adecuado darles la mano? En el breve lapso de tiempo en el que se había formulado tantas preguntas, había caminado hasta situarse frente a ellos.

Para su sorpresa, lo que más recibió fueron efusivos abrazos. Apenas se percató de cómo se alejaron de la multitud, de cómo subieron al coche, ni de cómo la conversación fluyó de una manera tan cercana, a pesar de ser mantenida en una lengua distinta a la materna. Acomodada en el mullido asiento del truck, vio pasar ante sus ojos un hermoso pueblecito, de inmaculadas casas blancas y minimalistas jardines. Contempló grandes extensiones de césped. Saboreó la calma del ambiente. Y, al desembarcar en el número 32830 de la avenida Arbutus, no cabía en sí de gozo.

La mañana siguiente, tras disfrutar de uno de los sueños más reparadores de su vida, la vio despertar en una enorme cama, encima de la cual había una bolsita con obsequios. Caminó descalza por la esponjosa moqueta de la casa, dejó que un peludo gato ronroneara al rozar sus piernas y Megan la recibió con una ancha sonrisa, un beso y un grato deseo de buenos días.

Esa inquieta chica, de nombre Marta, aún sigue esperando revivir aquellos momentos tan felices. No sólo fue uno, sino todo un cúmulo que ha quedado grabado con fuego en su memoria.

Todavía sueña que, al despertar, se encuentre de nuevo en Mission, Canadá. El pueblecito donde habitan las personas que le dieron tanto, a cambio de tan poco.


Escuchando... Lights Out, de Green Day.




Mi grupo favorito ha vuelto. Y no defrauda en absoluto.

¡Regreso al estilo
Dookie! Oh, yes :D

5 comentarios:

Dani dijo...

¡Oh! Si cambiases el nombre del protagonista por Daniel, el sexo por el masculino, el pueblo Mission por la ciudad Victoria, el 32830 de la avenida Arbutus por el 117 de Sunkist Close y a Tylor, Mike y Darren por Tim y George (sí, la mujer también se llamaba Megan), la historia la podría contar perfectamente yo mismo. Deliciosa práctica.

Marta González Coloma dijo...

Inolvidable, ¿verdad? Me alegra saber que te ocurrió lo mismo :D

Álex Garaizar dijo...

Qué bonito, se nota que te llegó al corazón. Por sacarle una pega (porque está escrito de lujo, esto es 100% subjetivo) te diré que se me ha hecho en alguna ocasión un poco recargado y empalagoso.

Sólo un poco XD Y lo digo más que nada porque la crítica es lo que más ayuda a un escritor, o eso creo yo.

¡A por otro 9! ;-)

Marta González Coloma dijo...

Jajaja, gracias Álex, es cierto que a veces puede resultar cursilete :P

Y, de hecho, me encanta que me critiquen (no por masoquismo, sino por lo del constructivismo y tal...)

Anónimo dijo...

Aquí otra identificada en el relato desde el principio.
De todos modos, a veces no es tan importante el reencuentro como el recuerdo. Éste no tiene por qué sufrir el mismo deterioro que las relaciones...

Laura

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