lunes, 15 de febrero de 2010

Dulce exceso


Atiborrarse amarga el sabor de lo más dulce.
No me percaté, pero lo hice.

Llegué, cual niña ansiosa, e introduje los dedos ávidamente en el tarro de las galletas. Comí, bocado a bocado, mordisco a mordisco; muchas veces sin siquiera degustar su sabor. Y así fue como sucedió: hinchada, no podía dejar pasar ni una esponjosa porción más. ¡Cuánto me hubiera gustado hacerlo! Pero era incapaz: mi estómago pedía descanso.

Me empaché de él. Me empaché con tanta furia y ganas que, cuando le hube engullido, no pude sino pararme a pensar qué hacer en siguiente lugar.

Sin embargo, estaba curada de espanto: ya me había atiborrado en más de una ocasión. Había merendado demasiada cantidad de mis golosinas preferidas, para después recogerlas en un cajón el tiempo suficiente como para que volviesen a gustarme. A veces, el empacho era necesario. Si me olvidaba de la moderación, un tiempo lejos del azúcar bastaba para percatarme de lo que me hacía falta, y así volver a él con la intención de no sobrepasarme.

Parecía que esta era la solución idónea. A pesar de esto, a nadie le gusta apartarse de sus golosinas; menos todavía de su dulce predilecto, el que le alegra el día y le enfunda esa sonrisa en la cara que incita a preguntar si has comido chocolate.

Pero esta vez hace falta.

Quiero prescindir de él. Voluntariamente, salvar distancias con la tentación, y reprimir las ganas de hincarle el diente. Estoy más que convencida de que me costará sudor y lágrimas. De que, aunque a veces me hastíe de él -y él de mí-, no estoy en absoluto habituada a pasar sin mi nutriente fundamental sin el cual no puedo subsistir.

Soportar la situación durante un breve lapso de tiempo será suficiente. Apenas un soplo de aire solitario, lo justo como para que, a la vuelta, ya no haya aversión alguna ante el recuerdo del empacho.

Será entonces cuando tome el dulce entre mis manos y me pregunte cómo he podido vivir sin él, sin arrepentirme de haberme atiborrado para caer en la cuenta de lo que le necesito.

Y así volveré a paladear mi dulcísima golosina.

Reflexionando...
Purifica tu corazón antes de permitir que el amor se asiente en él, ya que la miel más dulce se agria en un vaso sucio.
Pitágoras de Samos

2 comentarios:

Dara dijo...

Yo por eso como siempre a poquitos.


(mimo
y tostada)

Dianavj4 dijo...

hay veces que tenemos tanto que decir... que bueno que encuentras las palabras para hacerlo...

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