sábado, 9 de enero de 2010

El muro de seguridad


Eres el arquitecto de mi corazón.
Sin preámbulos e invadido por la franqueza. Directo al grano. Sin decoraciones lingüísticas. "Me siento inservible", me dijiste. Pero apenas podía dar crédito a lo que estaba escuchando.
Puede que la causa de todo esto sea la infinita humildad que reservas para aquellos que verdaderamente aprecias. A diferencia de cualquier otro, el que se siente amado por ti sabe que siempre vas a creer que tu esfuerzo no ha sido suficiente; que apenas te has comprometido con su causa; y que, en definitiva, no eres merecedor de ningún título.
Sin embargo, en mi caso te lo has ganado sobradamente. Comenzaste como un simple peón de obra: colocabas, uno a uno, los ladrillos que necesitaba para levantar un muro de seguridad que me protegiese, de alguna manera, de cada pequeño aluvión de miedos que pudiese asestarme golpes. No hizo falta mucho tiempo para darme cuenta de que prometías: tu esmero al colocar cada una de las piezas no pasó inadvertido, y lo recompensé con creces. Y es que entre los cientos de construcciones de muros que se daban alrededor de ti, habías elegido la mía, y te habías entregado a ella de una manera muy peculiar.

Ascendiste. Peldaño a peldaño, fuiste construyendo mi muro de seguridad para alcanzar categorías más altas. Y, sin siquiera percatarte de todo ello, te convertiste en el líder del proyecto, y lo más curioso es que todavía no admites tu mérito. Continúas empecinado en pensar que eres un mero peón, cuando organizas mi seguridad. Sin tu labor, todo se derrumbaría, dejándome desnuda e indefensa ante las crueles amenazas que todavía contemplo como una niña.

Y es que tú me haces fuerte. Tú me ayudas a aprender a levantar el rostro y encarar cada amenaza. Y aunque estés convencido de que me como el mundo por mí misma, en el fondo eres consciente de que sin ti dar cada bocado se haría más duro. Porque hincarle el diente a la vida es más fácil si tú me vigilas desde lejos, aunque infravalores esa especie de tarea.

Ambos apostamos. El uno por el otro. Había condiciones, y tú las has cumplido. Aunque ya no haga falta ningún contrato: lo que construíste es tu casa. Te la regalé pasadas ya unas cuantas hojas del calendario.

Porque quiero que sigas salvaguardando mi muro.

Reflexionando...

Todos los problemas tienen la misma raíz: el miedo, que desaparece gracias al amor; pero el amor nos da miedo.
Anónimo

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