lunes, 21 de diciembre de 2009

Inventario de emociones


Toda elección lleva aparejada una renuncia.
La inocencia es un tesoro, dicen. Ella fue una ingenua -e inocente- durante un tiempo considerable. Es oportuno aclarar que su ingenuidad no la traía de cabeza. De hecho, ni siquiera se daba cuenta de que la inundaba por entero: estar segura de que las amistades podían ser siempre fieles, y que cada nueva persona en su camino sería una nueva alegría, era algo inherente a su pensamiento. No hacía falta que nadie se lo aclarara. Ella estaba segura de ello.

Mas todos los que han comenzado a vivir fuera de las cortinas de humo de esa -bendita, por cierto- inocencia saben que todo no resulta tan sencillo. No toda amistad te brinda su apoyo incondicional; y, ni mucho menos, no todo nuevo hallazgo personal acaba por ser bueno. Pero, tras realizar este descubrimiento, se percató de que su inventario parecía haberse vaciado súbitamente.

Dicho inventario, repleto hasta los topes de rostros nuevos, cada vez parecía estar más desierto. Y es que no se explicaba muy bien por qué todas aquellas personas en las que había depositado tantísimas ilusiones empezaban a marcharse por su propio pie de aquella lista de amistades. Una a una, por una razón u otra, parecían alejarse irremediablemente de aquella pequeña cajita que se hacía más minúscula por momentos; y lo más triste era que ni siquiera habían dejado una nota. Nadie le había explicado por qué abandonaba su vida de aquella manera. Cogían las maletas y se marchaban, sin malestar alguno, al parecer.

Algunas de aquellas personas ni siquiera se habían esforzado por penetrar en aquella cajita. Ella trataba de tenderles una mano desde dentro, de buscarles una llave, pero ni con ésas se dignaban a tantear en la cerradura. Creía pensar que el problema podía ser suyo, que los goznes estaban algo desgastados y se requería de demasiada fuerza para abrir las puertas de su vida a nuevos visitantes inesperados. Pero ella sabía que las cosas no eran así. Y es que siempre había procurado, con mayor o menor frecuencia, engrasar bien los picaportes para que cedieran con facilidad y con los menores roces posibles en el proceso.

No todos tenían la culpa de huir de tal manera. Es obvio que algunos se habían sentido desplazados en aquel pequeño espacio, y habían salido, despacio y sin hacer ruido, de la cajita. Ella había dedicado más tiempo a otras parcelas de su inventario; y, guiados por la lógica, habían querido ocupar un puesto de mayor calibre en otro. Incluso a ella le había sucedido: era algo habitual y comprensible.

Lo que no era comprensible era aquella huída desproporcionada; o aquella negativa al conocimiento inicial. Ella sabía que todo aquello iba a acabar por conducirle a la apatía, al desengaño, al malhumor, a la tristeza, a la desolación cotidiana ante el vacío de su pequeño inventario. Y fue por eso por lo que empezó a buscar, desesperadamente, algo en el interior de él, y lo consiguió.

Para su sorpresa, redescubrió viejos tesoros, algunos empolvados, que todavía continuaban allí, en una esquinita, apartados de tanto ruido y de tanto olor a novedad, curiosidad y sorpresas inesperadas. Se dio cuenta de que ellos no se marchaban ante cualquier circunstancia adversa. Halló confianza en todos ellos, y no dudó en ningún momento en que no la conociesen. Les importaba; y, sobre todo y ante todo, no tenía miedo de que huyesen. Porque sabía que no lo iban a hacer.

Y aunque sintiese envidia de aquellos que poseían un inventario más abundante; y aunque le copase la incredulidad cada vez que recibía buenos gestos por parte de aquellos que ni siquiera se molestaban en conocerla; y aunque, muchas veces, cayese en la amargura pensando el por qué de aquella huída que tanto sufrimiento le había procurado, guardaba una pizca de aquella ilusión inicial que tanto bien le hacía. Una ilusión alimentada por los tesoros de su inventario.

Porque de ilusiones se vive; y ella sabe que, en algún momento, entre tanta gente y entre tantas aves de paso, encontrará un nuevo tesoro.

Reflexionando...
Sólo los tontos tienen muchas amistades. El mayor número de amigos marca el grado máximo en el dinamómetro de la estupidez.
Pío Baroja

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No te empeñes: si no quieren, que no entren.
Yo estoy muy a gusto dentro, sin hacer ruido.

Laura

Anónimo dijo...

Quizá, como has dicho, el problema eres tú. Es más, estoy más que convendid@ de que es así.
¿Cuál podría ser la solución? Intenta escuchar más a los de tu alrededor, y no hablar siempre y siempre y siempre de ti. La gente quiere ser escuchada, y no escuchar siempre lo estupenda que te crees, que lo haces todo bien y siempre llevas la razón.
Piensa un poco más en los demás, sal un poco de ti y mira bien, con lupa si llega a ser necesario, en todo lo que te rodea.
Y cuando te equivocas intenta aceptarlo, que no eres perfecta, tú también te equivocas, cometes fallos; acéptalo, escucha más y mejor por todos los lados y luego ya nos comentas si te va o no mejor.

Un saludo

Marta González Coloma dijo...

Gracias a ambos, siempre es de agradecer que se comente.

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