miércoles, 25 de noviembre de 2009

Movimiento en potencia


Te besaría de no ser porque estoy enfadada.
Parece predecible. Pero no lo es.

Es inusitado que, creyendo haber alcanzado su fondo, continúe dándome sorpresas. Todavía pienso ese "Qué curioso". Porque él es mucho más -demasiado más- de lo que a simple vista sugiere.

Cuando alcanzamos un conocimiento hondo, ese culmen de la sabiduría recíproca, creemos saberlo todo de alguien. Mas no nos damos cuenta de que, para que todo avance, tienen que seguir sorprendiéndonos dulcemente en la rutina de las reacciones. Hoy él lo ha hecho.

Apenas he sido consciente de ello hasta que no me estaba alejando de él, a paso firme, bajo los indicios nacientes de un suave chaparrón. Habíamos recorrido un trecho contradictorio juntos, en el que las bromas se entremezclaban con reproches en una tenue discusión provocada por cierto asunto. El asunto era lo que menos importaba, en realidad: estábamos tan inmersos en tal dulce disputa que el motivo cada vez se iba disipando más. Daba la impresión de que hacíamos aquello sólo como diversión, y al mismo tiempo como desahogo.

La clave del juego, al que tantas veces ya había jugado, era sencilla: se trataba de intercambiar miradas furtivas, combinar la seriedad con la ironía, y al mismo tiempo tragarse las sonrisas ante chistes absurdos, que irremediablemente arrancaban mohínes divertidos bajo la advertencia: "Aunque me ría, sigo molesta". Eso por mi parte, pues él se suele saltar un poco más las reglas. Su principal pretensión consiste en hacerme estallar de risa tras una retahíla de números absurdos y sin fundamento, que acaban provocando que me maraville ante todo lo que en él queda de un niño.

No obstante, hoy ha llegado un momento en el que el juego se ha interrumpido. Cuando, a lo lejos, se ha avistado el autobús, él ha parecido quitarse su atuendo circense y se ha convertido en algo así como un adulto. Se supone que es lo que yo reclamaba, con mis "¿Vas a tomarte en serio lo que te digo?". En efecto: así lo ha hecho; pero, en el fondo, yo no quería que fuese tan radical. La radicalidad choca; y yo he chocado contra mí misma cuando he comenzado a caminar, separándome de él. Craso error, pues el otro siempre ha de sorprenderte en algún momento.

He ido ralentizando el ritmo de mis pasos por segundos, tratando de que se percatase de que, en realidad, anhelaba que viniera hacia mí, apresurado. Esperaba que me abrazase, o al menos que me tomase del hombro para que dejase de avanzar. Mas ha permanecido ahí parado. Anclado cual pilote, erguido, y observándome con fijeza. Sin sonrisa, sin mueca de resignación. Tan sólo serio.

Al arribar a las puertas del autobús, he dudado por un momento. Mis piernas me indicaban con insistencia que diese la vuelta en sentido contrario. Que regresase al lugar donde había dejado mi inquietud. Sin embargo, han permanecido clavadas en tierra, al igual que él: continuaba en el mismo punto donde se había parado, como si de una estatua pétrea se tratase. No he llegado a atisbar su expresión, aunque estoy segura de que su rostro continuaba ensombrecido bajo ese tono neutral tan extraño.

Ya sentada, y a través de las nacientes ráfagas de agua, apenas me he atrevido a mirar por la ventana. Si seguía en el mismo lugar, sin duda estaría mojándose, pero con idéntica expresión de seriedad. Si se había ido -lo más probable-, estaría meditabundo bajo la arreciante lluvia. Se alejaría en sentido contrario, abandonando ese punto en el que podríamos habernos dicho lo que queríamos, y habernos cubierto de besos urgentes. Pero quizá no habría ocurrido. A veces, él es impredecible; y las reglas del juego están para romperse.

Las gotas resbalaban por el vidrio, compitiendo unas con otras en una carrera por consumirse primero. Entonces me he arrepentido de haberme quedado en el movimiento en potencia.

Y es que lo que realmente deseaba era correr hacia él.

Reflexionando...

A menudo, los labios más urgentes, no tienen prisa dos besos después.

Joaquín Sabina

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