Cómo son las cosas. Cuando crees que la balanza se empieza a equilibrar, una pisada casual pone todo patas arriba. Habías organizado todo a la perfección: un peso aquí y otro al lado opuesto, las bases idénticas, el material resistente. El dolor repartido para sobrellevarlo.
Y entonces un tropezón y las heridas sangrando de nuevo. La caída siempre es más dura cuando se reincide. Te arrastras por el suelo aprendida, y aplicando las moralejas previas para levantarte antes, pero los rasguños no son esquivables. Más o menos hondas, las llagas del pasado se reabren y escuecen otra vez. Son partes del corazón todavía débiles e indefensas, que precisan de reposo antes de volver a exponerse a tales golpes.
Sería de inocentes creer que esto es evitable. Nadie dijo que sentir fuera justo, y mucho menos que las personas lo fuesen. Normalmente la única solución es reforzar la piel y estar alerta. Esperar que, en la próxima caída, el alma haya creado una coraza más resistente, más inmune a los recuerdos, a las noticias o a las simples menciones.
Por fortuna, las cargas casi nunca se llevan en soledad. Por detrás surgen manos que recolocan los pesos, que ayudan a alzar lo que se ha caído al suelo y que refuerzan los músculos para continuar.
Pero las llagas sólo son mías.
Reflexionando...
No se puede olvidar el tiempo más que sirviéndose de él.
Charles Baudelaire
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